Conocida como la “edad de la razón”, la Ilustración fue un movimiento intelectual, científico y filosófico en Europa occidental durante los siglos XVII y XVIII. Los forjadores se basaron en gran medida en los principios de la Ilustración al elaborar la Constitución de los Estados Unidos. Influenciados por pensadores de la Ilustración como Locke, Montesquieu y Rousseau, su objetivo era establecer un gobierno basado en la razón, los derechos individuales y la búsqueda de la libertad. Estos hombres creían que los líderes no derivaban su poder de Dios, sino del pueblo.
John Locke (1632–1704) creía que todas las personas nacen con derechos naturales, como el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Pensaba que estos derechos eran otorgados a las personas por naturaleza, no por ningún gobierno o gobernante. Locke creía que el trabajo del gobierno era proteger estos derechos, y si un gobierno no lo hacía, la gente tenía el derecho de cambiar o incluso deshacerse de ese gobierno. Una de las ideas más importantes de Locke fue el concepto de “contrato social”. Dijo que las personas se unen para formar un gobierno que proteja sus derechos y los mantenga a salvo. Este gobierno solo funcionaría si el pueblo aceptaba seguir sus reglas, y el gobierno, a su vez, tenía que proteger los derechos del pueblo. También creía en la tolerancia religiosa y en la separación de la Iglesia y el Estado. Thomas Jefferson utilizó las ideas de Locke para escribir la Declaración de Independencia. La Constitución de los Estados Unidos en sí misma es un contrato social, ya que describe cuidadosamente lo que el gobierno puede y no puede hacer.
Montesquieu (1689–1755), cuyo nombre de pila era Charles-Louis de Secondat, fue un abogado y filósofo francés. Creció en una época en la que Francia tenía una poderosa monarquía. Como resultado, Montesquieu estaba especialmente interesado en cómo un gobierno podía evitar que una persona o grupo se volviera demasiado poderoso. Creía en la “separación de poderes” con un sistema de controles y equilibrios: en lugar de un monarca a cargo de todo el gobierno, el gobierno debería dividirse en diferentes partes o ramas. Cada rama tendría sus propias responsabilidades, lo que garantizaría que ninguna rama pudiera obtener demasiado poder.
Jean-Jacques Rousseau (1712–1778) fue un filósofo suizo que creía en la soberanía popular y en el contrato social. Rousseau pensaba que la capacidad de un gobierno para gobernar estaba arraigada en la autoridad del pueblo al que gobierna. Argumentó que el poder de cualquier gobierno depende del consentimiento de los gobernados, lo que significa que las personas renuncian voluntariamente a algunas de sus libertades a cambio de protección y el bien común. En esencia, las ideas de Rousseau sentaron las bases para la creencia de que el poder gubernamental debe provenir de la voluntad del pueblo y ser moldeado por ella.
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