Pero, aunque inicialmente me decepcionó que me clasificaran como extremista, mientras continuaba pensando en el asunto, gradualmente obtuve un poco de satisfacción de la etiqueta. ¿No era Jesús un extremista por el amor: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”? ¿No era Amós un extremista de la justicia: “Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”? ¿No era Pablo un extremista del evangelio cristiano: “Llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús”? ¿No era Martín Lutero un extremista: “Aquí estoy; no puedo hacer otra cosa, así que ayúdame, Dios”? Y John Bunyan: “Me quedaré en la cárcel hasta el final de mis días antes de hacer una carnicería de mi conciencia”. Y Abraham Lincoln: “Esta nación no puede sobrevivir mitad esclava y mitad libre”. Y Thomas Jefferson: “Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales...” Entonces, la pregunta no es si seremos extremistas, sino qué tipo de extremistas seremos. ¿Seremos extremistas por odio o por amor? ¿Seremos extremistas por la preservación de la injusticia o por la extensión de la justicia?
No me desespero por el futuro. No tengo ningún temor por el resultado de nuestra lucha en Birmingham, incluso si nuestros motivos son ahora mal entendidos. Alcanzaremos la meta de la libertad en Birmingham y en toda la nación, porque la meta de Estados Unidos es la libertad. Por muy maltratados y despreciados que seamos, nuestro destino está ligado al destino de Estados Unidos. Antes de que los peregrinos desembarcaran en Plymouth, nosotros estuvimos aquí. Antes de que la pluma de Jefferson grabara las majestuosas palabras de la Declaración de Independencia en las páginas de la historia, nosotros estábamos aquí.
Un día el Sur reconocerá a sus verdaderos héroes... Un día el Sur sabrá que cuando estos hijos de Dios desheredados se sentaron a las barras de los comedores, en realidad estaban defendiendo lo mejor del sueño americano y los valores más sagrados de nuestra herencia judeocristiana, devolviendo así a nuestra nación a esos grandes pozos de democracia que fueron cavados profundamente por los padres fundadores en su formulación de la Constitución y la Declaración de Independencia.